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15 Mar HISTORIA DEL TATUAJE (Parte II)
Por Marta Moreira y Astek.
El nacimiento del estilo tradicional americano
La evolución del tatuaje como expresión artística a lo largo del siglo XX no fue constante, sino que tuvo momentos de popularidad y otros en los que estuvo denigrado. A principios de siglo no había escuelas oficiales donde se pudiera aprender el oficio. Tampoco había revistas ni asociaciones profesionales. La afición al tatuaje avanzaba de forma casi subterránea, conquistando poco a poco nuevos sectores de la sociedad. Ya no solo se tatuaban marineros, gente de la farándula o élites de la oligarquía. Obviamente, las ciudades con mentalidades abiertas fueron las que más vieron florecer el arte del tatuaje. Atraían a los mejores artistas y eran los lugares donde se marcaban las nuevas tendencias de estilo. Como ya explicábamos en la primera parte de esta Historia del Tatuaje, Nueva York fue la primera meca del tatuaje moderno occidental. A principios de siglo, esta actividad se llevaba a cabo sobre todo en los barrios cercanos al puerto marítimo y en las zonas donde abundaban los prostíbulos y las cervecerías. La plaza de Chatman, donde Samuel O’Reilly tenía su estudio, ha pasado a la historia como uno de los primeros centros de este florecimiento.
Cada década tuvo sus propias tendencias estéticas. Si en la década de 1910 y años anteriores los principales demandantes de tatuajes eran artistas de circo y marineros [en el blog de No Land Tattoo Parlour podéis leer dos artículos que explican la simbología de muchos tatuajes tradicionales: Parte 1 y Parte 2 ], en los años veinte se añadió la moda de los tatuajes cosméticos entre las mujeres –cejas permanentes, coloración de mejillas, contorno de labios o delineador de ojos-. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) también dejó su huella, aumentando el interés por los motivos que hacían referencia a la valentía, a los iconos bélicos y a los viajes que había realizado su portador a lo largo de su vida. “Enséñame a alguien con un tatuaje y yo te enseñaré a alguien con un pasado interesante”, decía el novelista Jack London. Empezaron a abrirse estudios de tatuaje allá donde había una base militar o naval cerca. Fueron los años de despegue del estilo tradicional, también conocido como old school, consolidado sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Se caracterizaba por las líneas gruesas y sólidas, el dibujo sin detalles realistas, la utilización de colores primarios y los diseños de composición equilibrada. El impacto cultural del estilo tradicional fue enorme, hasta el punto de que sus huellas pueden rastrearse claramente hasta la actualidad con el llamado estilo neotradicional, término acuñado a principios del siglo XXI.
Figuras clave en Estados Unidos
La lista de grandes maestros del tatuaje norteamericano es muy extensa, pero si nos centramos en la edad dorada del estilo tradicional, hay dos figuras que son completamente imprescindibles. El primero de ellos es Sailor Jerry (1911-1973), a quien ya dedicamos un interesante artículo monográfico en el blog de No Land Tattoo Parlour. En él podéis conocer muchos detalles curiosos de su biografía y su obra.
Antes de montar su propio estudio de tatuajes en Honolulu (Hawái), Sailor viajó y vivió muchas aventuras. En sus años como militar de la Marina estadounidense conoció a fondo las islas del océano Pacífico, y quedó fascinado por la iconografía y el arte del sudeste asiático. El estilo personal que desarrolló a partir de entonces fue el resultado de fusionar la influencia estética oriental -y muy particularmente la del estilo irezumi japonés– con el tradicional americano. Con ese punto de partida, creó multitud de motivos clásicos que hoy siguen demandándose a diario en los estudios de tatuajes (golondrinas, dagas, barcos, dragones….). Por su mítico estudio de Hawái –Sailor Jerry’s Hotel Street– pasaron miles de marineros que querían tatuarse con él por primera vez. Ellos fueron los principales embajadores en el mundo de este artista de la aguja y la tinta.
El legado de Sailor Jerry tuvo dos discípulos muy claros que también han pasado a la historia como nombres esenciales del estilo tradicional americano: Ed Hardy y Mike Malone. Cuando Sailor muere en 1973 a causa de un infarto, dejó instrucciones muy claras a su mujer de qué quería que se hiciese con su estudio. Éste debía venderse a uno de estos dos pupilos, que se habían formado con él, y en los que veía una pasión y un compromiso con el tatuaje similar al suyo. Finalmente fue Mike Malone (1942-2007) quien asumió el reto, de modo que dejó su estudio de San Diego (California) y se trasladó a Honolulu. Uno de sus principales cometidos fue el de adentrarse en el negocio de los tattoo flash, así como en la venta de camisetas bajo la marca Mr. Lucky. Su visión empresarial funcionó, y pronto empezaron a copiarle en otras partes del mundo. También se metió en el negocio de la fabricación de máquinas de tatuar -oficio que dicen que aprendió junto a Paul Rogers (1905-1990), otra figura clave del tatuaje norteamericano-. La aportación de Ed Hardy (California, 1945) al estilo americano de influencia japonesa también fue muy importante. Dicen que Samuel Morris Steward (más conocido como Phil Sparrow) fue el que primero le enseñó un libro de tatuaje japonés, aunque si logró viajar a Japón a aprender de cerca este estilo tradicional, fue sobre todo gracias a su mentor Sailor Jerry. Cuando regresó a San Francisco abrió un estudio llamado Realistic Tattooing, especializado en estilo oriental, que creó escuela en Estados Unidos. Entre sus clientes había muchos tatuadores que querían verle trabajar y aprender, así como numerosas celebridades (directores de cine, artistas plásticos, etcétera). Esto, sumado a su decisión de vender merchandising con diseños clásicos, contribuyó claramente a la popularización del tatuaje tradicional en nuevos sectores de público (hasta que esta forma de arte volvió a estigmatizarse socialmente a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta).
Los grandes del tatuaje en el Reino Unido
Si Hawái (y Pearl Harbour) fueron la meca del tatuaje norteamericano a partir de la Segunda Guerra Mundial, en Europa el país de referencia era Reino Unido. Como contábamos en la primera parte de la Historia del Tatuaje, Sutherland Macdonald fue el primer artista que abrió un estudio profesional en Inglaterra -nada menos que en plena época victoriana (1837-1901). La lista de grandes nombres que vino después es demasiado extensa para reunirla en un solo artículo, por eso vamos a centrarnos en esta ocasión en Jessie Knight (1904-1992) –primera profesional reconocida en el país– y Ron Ackers (1932-2004), a quien escogemos porque fue uno de los primeros tatuadores profesionales extranjeros que desembarcaron en España a partir de la década de los sesenta.
Jessie Knight fue durante la mayor parte de su vida la única mujer tatuadora de Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales. Pero si ha pasado a la historia no ha sido únicamente por su papel como pionera, sino por su destreza como tatuadora a mano alzada y su estilo absolutamente personal. Dibujaba primero el motivo usando una cerilla y luego, usando un pigmento negro de tatuar, marcaba la línea del dibujo sobre la piel. Muchos de sus diseños mostraban a mujeres fuertes y emancipadas, montando a caballo, bailando o portando armas.
Nacida en 1904 en el seno de una familia de artistas y poetas -su padre era francotirador circense y tatuador-, Knight desarrolló a edad muy temprana un carácter fuerte e independiente. Empezó a trabajar en los años veinte en un estudio en Chatman, Kent, uno de los principales puertos de la Flota Real del sur de Inglaterra. Después se trasladó a Alkdershot, Hampshire, donde fue la primera tatuadora de esa base militar, lo que la hizo muy famosa entre el personal del Ejército. Pasó allí todo el periodo de la II Guerra Mundial y aparecía regularmente en periódicos y revistas en historias de soldados tatuados antes de partir a la guerra. Portsmouth fue su último destino antes de retirarse en 1963. En el año 2017, el Museo Nacional Marítimo de Cornwall dedicó una amplia exposición a la historia del tatuaje en Gran Bretaña. Allí el nombre de Jessie Knight destacaba sobre los demás, como ejemplo de cómo triunfar en un mundo profesional duro que entonces era casi un coto privado para los hombres. Terminamos con uno de los tatuadores británicos que mayor influencia ejerció en la normalización del tatuaje en España. En su biografía, publicada en 1997, Ron Ackers relata su relación personal con algunos de los mejores profesionales de la historia de Reino Unido, como Johnny O’Brien, Les Skuse, Lyle Tuttle, Stan Davis, Davy Jones, Cash Cooper, Harry Leavers, Tattoo Jack y Mick Bloor.
El primero al que recuerda es Bill Stokes, autor del primer diseño que se grabó en la piel. “Yo tenía catorce años y estaba obsesionado con los tatuajes. En esa época era legal hacerlo a partir de los nueve años, así que me fui al diminuto estudio que tenía Bill Stokes en Chester. Era 1946, y por aquel entonces él tenía ya ochenta años y trabajaba con máquinas que había hecho a mano y funcionaban con baterías acumuladoras para equipos de radio”. Cuando Bill Stokes se retiró años después, vendió todo su material a Ackers, que recogía así el testigo de su mentor. En 1952, abrió su primera tienda en la ciudad de Chester, para mudarse posteriormente a la ciudad de Rhyl, en el mar de Irlanda. Fue allí donde Ackers entró en contacto con otros tatuadores europeos e hizo conexiones con proveedores estadounidenses que vendían equipos de tatuaje mejores que los que estaban disponibles en Reino Unido en ese momento.
Durante la década de 1960, se dedicó a viajar con una camioneta para tatuar por temporadas en países como Alemania, Dinamarca, Italia y España. Se hizo particularmente conocido en Barcelona, ciudad donde hacían escala regularmente barcos militares de Estados Unidos. La influencia de Ackers y otros tatuadores británicos asentados de forma temporal o permanente en España fue muy importante para la evolución y la popularización del tatuaje. Fueron la semilla que dio lugar a la aparición de artistas españoles de referencia a partir de la década de los ochenta y noventa. Pero esa ya es una historia para otro artículo.